25 de marzo 1959.
Hoy he llegado al punto en el que Dönitz cuenta, en sus Memorias, que yo lo había propuesto a Hitler para sucederle, pese a que la noche anterior a su salida de Spandau volví a decirle una vez más lo contrario. Probablemente querrá así reforzar su postura en el sentido de no haber tenido realmente con Hitler ninguna relación personal. Por cierto, que contra esta versión de Dönitz se pronuncia también el testamento de Hitler, en el que se ensalzaba el espíritu de la Marina, poniéndolo como ejemplo del espíritu del soldado alemán. Esto iba dirigido a Dönitz.
¡Y cómo lo cuidó Hitler en el último medio año de la guerra! Dönitz afirma que nada le hacía pensar que Hitler pudiera tenerle simpatía. Entonces ¿no le llamó la atención el hecho de que fuera distinguido con una de los pocos \»Mercedes\» blindados, de cinco toneladas de peso? ¿Qué Hitler le prohibiera utilizar el avión durante los últimos meses de guerra? ¿Que no tenía permiso para salir fuera del territorio de Reich, por temor a los riesgos de un atentado, cada vez mayores? Todas estas eran unas medidas de precaución que Hitler no consideró necesarias, por ejemplo, en mi caso. A veces, cuando, en el transcurso de los últimos meses me encontraba en el refugio de Hitler durante algún bombardeo, fui testigo de cómo telefoneaba a Dönitz, lleno de preocupación, para preguntarle si estaba ya en el refugio.
27 de marzo, 1959
He acabado la lectura. Probablemente no se debieran leer las memorias de una persona con la que se ha convivido durante más de diez años y de la que se conocen hasta sus más mínimas emociones.
Speer, Albert: Diario de Spandau. (Spandauer Tagebücher, 1975) Traducción de Manuel Vázquez y Ángel Sabrido. Mundo Actual de Ediciones, Barcelona 1976. pg. 338. (Reedición en la colección de kiosco “memorias de guerra”, de la Editorial Altaya, Madrid 2008).