La figura de Erwin Rommel sigue siendo una de las más populares de la segunda guerra mundial, tanto por méritos propios, como por la propaganda de ambos bandos. Durante la guerra la genialidad de Rommel fue una buena excusa para los descalabros ingleses en el norte de África. Después de ella, su implicación, más o menos matizada con los conspiradores del 20 de junio, y su misteriosa muerte añadieron nuevas dimensiones a su leyenda. No fue hasta los ochenta en que el coro de admiradores cedió el paso a algunas voces críticas, que descubrieron en él un genial táctico, pero un pésimo estratega, incapaz de manejar a un ejército más allá del campo de batalla, y de negarse a entender que eso de la logística es algo más que una excusa del alto mando para no proporcionarle más armas y tropas.
También forma parte de la leyenda el fair play, o su supuesto antirracismo, cuando obligó a compartir recinto a prisioneros sudafricanos blancos y negros. Claro que esto puede interpertarse simplemente como un intento de molestar a los impertinentes afrikaner, más que por una supuesta convicción igualitaria. En cuanto a política, se sigue discutiendo su implicación en la conjura de Stauffenberg, lo único en lo que parece que se ponen de acuerdo los historiadores es en que estuvo al tanto de la conspiración, y que no delató a sus integrantes.
Lo que nadie puede discutirle es que se negó a cumplir dos órdenes secretas dictadas directamente por Hitler, la Kommandobefehl (orden de los comandos), del 18 de octubre de 1942, en la que ordenaba ejecutar sin contemplaciones a quien llevase ese uniforme, y esta otra menos famosa, particular para el ejército de África, Sigue leyendo