Hitler juzga a los españoles (y a los soldados de la div. azul) III

La entrada de la noche del 4 al 5 de enero de 1942 es de las más extensas, y la que más gustan de citar los neonazis españoles, convenientemente acotada. Lo cierto es que sitúa a los españoles, como en otras ocasiones, como buenos auxiliares, a la altura de los húngaros, y por encima de los rumanos. Tan valientes como estúpidos, irresponsables y vagos. Recuerda las reflexiones de Goeben durante las guerras carlistas, pero la acusación a los habitantes de la península ibérica como valientes e incapaces de establecer guardias, en realidad podría rastrearse hasta Estrabón.

También como en otras ocasiones, el revolucionario Hitler distingue entre «el pueblo llano», soldados y gente común, y los dirigentes (y oficiales) de la misma «raza» o país. Para las clases dirigentes españolas el Führer no tenía más que desprecio, especialmente para Franco y Serrano Súñer.

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Hitler y los españoles (II)

En julio de 1941, en la plenitud de su poder, Hitler accede a los ruegos de su corte y consiente en que se registren por escrito las reflexiones-monólogos con las que deleita a sus íntimos durante las comidas y cenas. No admite ningún medio mecánico, y sí la presencia de un taquígrafo, que desde un rincón no muy visible puede tomar notas que luego serán corregidas, aprobadas y guardadas por su secretario, Martin Bormann. Nacen así las «Bormann-Vermerke«, más conocidas en español e inglés como «Las conversaciones de sobremesa», tal y como se publicaron en español, muy censuradas, en los años 50. En el 2004 la editorial Crítica rehizo esta traducción, con las partes suprimidas, buena parte de ellas bastante peyorativas respecto a los españoles, la Falange, Franco, o la Iglesia Católica. De esta última edición, «Las conversaciones privadas de Hitler», proviene la traducción de los fragmentos que iremos reproduciendo. Las citas se intentan poner en su contexto, por lo que incluimos párrafos referidos a otras naciones.

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Un antisemita ante la política alemana; Hungría, 14 de octubre de 1940

Es un hecho muy poco conocido que el primer estado que volvió a resucitar una legislación antisemita después de la revolución francesa fue el reino de Hungría en 1920. Miklós Horthy, el hombre fuerte de la Hungría de la posguerra, era un antisemita “tradicional”, que daba crédito a los “Protocolos de los sabios de Sión”, pero que al mismo tiempo invitaba a judíos a su mesa y les pedía consejo en materia económica. No resultaba demasiado paradójico para alguien que conservaba su título de almirante sin flota en un país sin costas, y que se proclamaba “regente,” aun habiendo expulsado a los Habsburgo del trono del “reino” de Hungría.

Despojada de su antigua grandeza dentro del imperio austrohúngaro, es normal que los magiares siguieran viendo en los alemanes sus aliados naturales; tenían reivindicaciones territoriales frente a todos sus vecinos, en especial con Checoslovaquia y Rumanía, que en un principio seguía fiel a su tradicional alianza con Francia.

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