Albert Speer publicó un «Diario de Spandau» como una muestra de sus pensamientos durante los veinte años pasados en la cárcel berlinesa. Si bien la imagen que intentó vender de su arrepentimiento y aceptación de la condena no resistió el examen de sus biógrafos, lo que cuenta sobre las condiciones materiales de la cárcel y de sus compañeros ha sido corroborado por otras fuentes (N. J. W. Goda, El oscuro mundo de Spandau). La imagen que transmite de Dönitz concuerda en general con las ideas que el mismo Dönitz intentó transmitir en sus escritos. Él (y el resto de mandos) no son responsables de nada. Como militares, sólo podían obedecer al jefe de estado.
11 de diciembre de 1947
De resultas entablamos un diálogo amistoso pero insípido. Sin embargo, la charla tomó inexplicablemente un curso distinto. Tal vez lo provocara una observación mía, no intencionada, que Dönitz rechazó de plano.
—¡En definitiva, ese hombre [Hitler] era el Presidente legítimo del Reich! Así, pues, sus órdenes fueron incuestionables para mí. De lo contrario ¿cómo se hubiera podido gobernar el país?
Pese a su integridad personal y autenticidad humana, Dönitz ha mantenido siempre una relación inquebrantable con Hitler. Y ahora éste sigue siendo el comandante supremo para él. Hacia fines de los años treinta, mis propias relaciones con Hitler fueron bastante más problemáticas que las actuales de Dönitz tras el cataclismo y los consternadores descubrimientos de Nuremberg. Yo sólo mostré su ingenua lealtad al principio. Cuando estuve más cerca de Hitler hasta mantener muy pronto un trato diario con él, mi conducta fue, más bien, la de un arquitecto rindiendo homenaje a un gran proyectista que la de un acólito ante el caudillo político. Naturalmente… [sigue justificándose durante varios párrafos, como si nunca le hubiera interesado la política o hubiera hablado de política con Hitler].
Y ahí estriba la diferencia con Dönitz. Él pone también reparos, descubre defectos y, no obstante, Hitler sigue siendo, a su juicio, el representante del Estado, el sumo dignatario legal y legítimo, del Imperio Alemán. Dönitz interpreta su irrevocable condenación como alta traición. Y paréceme que en eso le respalda la mayoría de los generales y, quizá, de los alemanes. Pero su concepto de la autoridad se me antoja huero. Dönitz no se pregunta cuál es el fin de la autoridad ni lo que ordena o encubre. Estos tipos humanos no comprenderán jamás lo acontecido. El Reich se ha hundido, el Estado se ha precipitado de una catástrofe a otra y, sin embargo, ellos se aferran a su idea abstracta de la lealtad, no quieren conocer las causas.
Speer, Albert: Diario de Spandau. (Spandauer Tagebücher, 1975) Traducción de Manuel Vázquez y Ángel Sabrido. Mundo Actual de Ediciones, Barcelona 1976. pg. 88-89. (hay prevista una reedición en la colección de kiosco “memorias de guerra», de la Editorial Altaya, Madrid 2008).
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