Malmedy, Dietrich y Peiper. El célebre artículo «de» Van Roden

(Viene de Joachim Peiper y “la” matanza de Malmedy y La masacre de Malmedy: Primeras alegaciones).

En febrero de 1949 apareció en la revista The Progressive, un artículo firmado por el juez Van Roden, titulado «Atrocidades americanas en Alemania», cuyo contenido reproduce toda web «revisionista» que se precie, sin que den importancia al hecho de que el escritor no niega que los crímenes juzgados realmente tuvieron lugar. Si se desea leer íntegra, basta con que teclee en un buscador «carta Van Roden», y aparecerá en distintos enlaces. También suele resucitarse en los foros de historia militar, así que no aparece exclusivamente en páginas revisionistas.

Lo que más llama la atención del artículo son los párrafos que dicen que

Todos menos dos de los alemanes, en los 139 casos que nosotros investigamos, habían sido golpeados en los testículos más allá de cualquier reparación. Este era el Procedimiento Normal de Operaciones de los investigadores americanos.

Para cuando se publicó este artículo, 5 de los 29 condenados a muerte que la comisión había recomendado conmutar a cadena perpetua habían sido ejecutados.

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«La» masacre de Malmedy. Primeras alegaciones

(Viene de Joachim Peiper y “la” matanza de Malmedy)

Peiper y Dietrich se retractaron de sus declaraciones, pero el testimonio de varios de sus subordinados hizo que los condenaran. El abogado de la defensa, el teniente coronel Willis M. Everett, que estaba seguro de que eran culpables, convenció a varios SS para que no declararan contra sí mismos. Por el contrario, Joaquim Peiper, se ofreció voluntariamente a responsabilizarse de todo si con ello se absolvía a sus hombres, oferta que fue rechazada por los jueces. Este gesto de Peiper no impresionó demasiado al tribunal, pero sí a Everett, un «gentleman» de una de las mejores familias de Atlanta, que dedicaría durante años grandes esfuerzos a favor de los acusados. Las condenas: 73 procesados de la 1º SS Leibstandarte, todos excepto uno culpables. La mayoría condenados a muerte, el resto a condenas de prisión, de perpetua a 20-10 años. El detalle de las condenas en este enlace.

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Joachim Peiper y «la» matanza de Malmedy

Recientemente una revista de Historia militar (Serga nº 45) ha publicado un artículo sobre Peiper «La última batalla de Joachim Peiper» centrado en la muerte del antiguo militar nazi, asesinado el día de la Bastilla en su casa a las afueras un pueblo francés, (Traves, a unos 200 km de Alemania) el 14 de julio de 1977. Como siempre, se dan por probadas —e injustificables— las torturas durante su juicio. Como casi siempre, se pasa de puntillas sobre el tema de si fue o no criminal de guerra, como si el hecho de haber sido torturado (física, psicológicamente o ambas cosas) por los norteamericanos fuera el único punto de interés.

El tema de «la» matanza de Malmedy no lo había investigado demasiado, más que nada porque daba por supuesto que incidentes de este tipo se dan en todo tipo de guerras, y que éste se había magnificado por la opinión pública norteamericana, alemana… y neonazi. Tampoco había leído ningún dato especialmente relevante sobre esta matanza (en singular).

Pero resulta que no era tan singular. Resulta que se dieron nueve diferentes en los seis días siguientes al primero de la ofensiva, del 17 al 22 de diciembre de 1944, y no sólo de prisioneros yanquis (parece mentira qué afán tenían por escaparse) sino también de civiles belgas, en Stavelot y Wanne.

Estos fueron los casos expuestos en el tribunal:

  1. 84 prisioneros norteamericanos en el cruce de cinco carreteras cerca de Baugnez, Bélgica, el 17 de diciembre de 1944 (ésta es «la» masacre de Malmedy, que saltó en todos los periódicos USA cuando se encontraron 72 cuerpos entre la nieve el 13 de enero. Otros 12 aparecieron con el deshielo).
  2. 50 prisioneros norteamericanos en los alrededores de Bullingen, 17 de diciembre de 1944.
  3. 19 prisioneros norteamericanos en Honnsfeld, Bélgica, el 17 de diciembre de 1944.
  4. 93 civiles en Stavelot, Bélgica, el 18 de diciembre de 1944.
  5. 31 prisioneros norteamericanos en Cheneux, Bélgica, el 18 de diciembre de 1944.
  6. 8 prisioneros norteamericanos en Stavelot, el 19 de diciembre de 1944.
  7. 44 prisioneros norteamericanos en Stoumont el 19 de diciembre de 1944.
  8. 5 civiles en los alrededores de Wanne, Bélgica, el 20 de diciembre de 1944.
  9. Cerca de 100 prisioneros norteamericanos en La Gleize, Bélgica el 18, 21 y 22 de diciembre de 1944.

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1945. La prensa española y la segunda guerra mundial

Al comenzar la SGM la situación era radicalmente distinta al de otro periodo histórico. España nunca ha sufrido una dictadura tan absoluta en materia de prensa, publicaciones y costumbres desde las épocas de Fernando VII. Aunque el régimen polaco era muy semejante al español (una dictadura militar muy católica, fervientemente anticomunista) la lealtad hacia Alemania y la antipatía por Francia dominaban el común de la España Vencedora, pese a que algunas de sus élites tenían muy en mente la decisiva ayuda inglesa en el triunfo de la «Cruzada» (Vidal Guardiola, Sainz Rodríguez[1]; se puede añadir al duque de Alba[2], pronto a Beigbeder[3]). El rápido triunfo sobre Polonia y la entrada de Italia en guerra cambia rápidamente los titubeos franquistas, y como ha revelado recientemente Ros Agudo en «La guerra secreta de Franco«[4] por lo menos desde el 31 de octubre se planifica una entrada en guerra junto con sus «aliados naturales», con un vasto (e imposible) programa de rearme[5] y proyectos para atacar a Francia en Marruecos y emprender una guerra ofensiva en el mediterráneo, manteniendo Canarias y los Pirineos bien defendidos mientras se cierra el estrecho y se asedia Gibraltar.El panorama de la edición de libros y de periódicos de entonces tampoco tiene ya mucho que ver con el de 1914-18, cuando las embajadas extranjeras (y sobre todo la alemana) repartían con generosidad «subvenciones» a periódicos y periodistas afines. La censura previa controla hasta la última coma de lo que se publica, la penuria de papel, que se administra por cupos directamente por el gobierno, premia o condena a toda publicación «disidente», y en cada provincia la Falange, las diputaciones, gobiernos civiles, etc.,  poseen al menos un periódico[6]. Además, están los que son propiedad de la Iglesia, o que se someten voluntariamente a su censura, además de la civil. En todos los periódicos, incluidos los de la Iglesia, la designación de los directores la hace el ministerio de la Gobernación (interior). Aunque los vencedores no forman una unidad tan homogénea como quieren mostrar, realmente hay que atender a señales muy tenues para distinguir entre un periódico privado monárquico, otro entusiastamente falangista, o uno católico. Además del control de la censura gubernamental (obligatoria) y la eclesiástica (voluntaria) y del control que imponen los directores, están las «consignas», que marcan por anticipado qué temas son importantes, cuales no, y los que están prohibidos. Eso no significa que no haya personalidades leales al régimen como las anteriormente citadas (incluyendo el primer ministro de exteriores, Beigbeder, o el embajador en Londres, duque de Alba) que se permitan ser aliadófilos, pero su número cae en picado tras el armisticio francés. Hasta bien entrado 1942 será difícil encontrar por lo menos cierta apariencia de neutralidad entre la prensa española (por ejemplo, el elitista semanario de economía y política internacional Mundo) e incluso en 1945 resulta difícil encontrar artículos de opinión abiertamente aliadófilos aun en la prensa católica[7], y eso que Pío XII ha denunciado ya abiertamente al nazismo[8].

En un país en el que la tirada y calidad técnica de la prensa (siempre debidos a cortes eléctricos, según se ven obligados a disculparse… pese a recibir airadas protestas por parte de las compañías suministradoras[9]) están bajo mínimos destaca la impecable factura de Signal[10] o Der Adler, en perfecto castellano y con fotos a color. Y es que el rey en la sombra de la prensa española de entonces es Josef Hans Lazar[11], y que reparte con generosidad fondos entre publicaciones, directores y periodistas afines, al margen de la publicación de todo tipo de folletos y hojas sueltas, distribuidas incluso por los párrocos entre sus feligreses[12]. Sigue leyendo