Dönitz, como la práctica totalidad de la Wehrmacht, adoptó la pose del avestruz. Yo no sabía nada. Antes de la guerra estaba o embarcado, o muy ocupado con mi trabajo. Desde 1939 estuve aislado en puestos de mando, sólo ocupado por los problemas tácticos y técnicos. Speer en sus «diarios» ya desmontaba esas y otras excusas. Pero también resulta curioso que sea el mismo Dönitz, que además tuvo el mando supremo del III Reich en sus últimos 23 días, el que considera despreciable el argumento principal de los «revisionistas» actuales, de que las condiciones últimas del colapso de la administración y transporte en los últimos días de la guerra «justificaban» el estado de los internos de los campos de concentración que iban encontrando las fuerzas aliadas.
El 7 de mayo regresaron a Mürwik, Friedeburg y Jodl, del cuartel general de Eisenhower. Friedeburg traía un ejemplar de la revista militar americana Stars and Stripes. Contenía fotografías del campo de concentración alemán de Buchenwald. Eran espantosas. Aunque supusiéramos que el desorden propio de las últimas semanas de la querra en las condiciones de transporte y aprovisionamiento habrían hecho más crítica la situación de los campos de concentración, sin embargo no cabía duda de que lo que se mostraba en tales fotos no era justificable en modo alguno. Friedegburg y yo nos quedamos muy impresionados ¡Nunca habíamos creído que fuese posible nada semejante! Pero que tales horrores eran una realidad —y no sólo en Buchenwald— lo vimos también durante aquellos días cuando entró en Flensburg un vapor cargado con fugitivos de los campos de concentración, cuyo estado era impresionante. Las autoridades de la Marina en Flensburg hicieron todo lo posible para alimentar y atender médicamente a esos desgraciados. Nos preguntábamos cómo podían haber ocurrido tales cosas en medio de Alemania sin que nos hubiésemos percatado de ellas, a pesar de su monstruosidad.
En los años de construcción de la Marina de guerra hasta 1939 estuve como comandante del crucero Emden en los viajes por el extranjero realizados por el mismo, y después durante la construcción de la nueva Arma submarina, estuve también la mayor parte del tiempo en el mar. Desde el comienzo de la guerra no me moví de mi puesto de mando, al principio en la zona oriental de Frisia, en Sengwarden; después en el extranjero, en París y en Lorient, en el golfo de Vizcaya. Estos puestos de mando eran oasis militares. El contacto y el trato con la población alemana era muy pequeño o no existía en absoluto.
Dönitz, Karl: Diez años y veinte días (Zehn Jahre und Zwanzing Tage. Erinnerungen 1935-1945). 1959. Traducción de Mariano Orta Manzano, Ed. La esfera de los Libros, Madrid 2005. pg. 470.