Choltitz en Posen. Conversaciones indiscretas (5)

La siguente conversación recogida en Trent Park coincide y amplía lo narrado por Von Choltitz en sus memorias sobre su entrevista con Hitler cuando le dio el mando de París, sustituyendo a Von Stülpnagel, implicado en la Operación Walküre (Valkiria). La reunión de Posen de la que habla tuvo lugar a finales de enero de 1944, y no es la del famoso discurso de Himmler, que tuvo lugar el 4 de octubre de 1943, aunque sirve como muestra de cómo trascurrían estos encuentros. No se conserva el programa detallado de la reunión, ni la lista de los asistentes. Otros generales en otras conversaciones (Graf Rothkirch, Richard Veith) coinciden con la descripción de Choltitz, mientras Freiher von Gersdorff en sus memorias es aún más crítico. La «excursión» para oír a Hitler en Rastenburg fue el 27 de enero de 1944. Las aclaraciones entre paréntesis son del libro, las de corchetes son de este blog.

CSDIC (Reino unido) GRGG 183

Informe sobre los datos obtenidos de oficiales superiores (prisioneros de guerra) el 29 de agosto de 1944 (TNA, WO 208/4363).

[…]

Schlieben: Nosotros somos una espina que tienen clavada.

Choltitz: Hitler nos odia.

Schlieben: ¡Sí, nos odia! ¿Cuánto tiempo le estuvo arengando a usted cuando fue a dar sus informes?

Choltitz: Tres cuartos de hora.

Schlieben: ¿Estaba sentado en una mesa grande o cómo?

Choltitz: Estaba de pie.

Schlieben: Y después introdujeron el saludo nazi en sustitución de la carencia de fuerza aérea, ¿no? [fue Goering quien propuso hacer obligatorio el «Heil, Hitler» en las fuerzas armadas el 21 de julio de 1944, el día después del atentado de Stauffenberg].

Choltitz: Sí.

Choltitz: Yo vi a Hitler hace cuatro semanas, cuando me pescó para París.

Bassenge: ¿Qué impresión produce?

Choltitz: Bueno, fue muy poco después del atentado fallido,  aún estaba bastante cansado.

Bassenge: ¿Todavía está herido?

Choltitz: Estaba más agotado que otra cosa. ¡Ha engordado como siete kilos!

Thoma: Mentalmente, está enfermo, muy enfermo.

Choltitz: Yo llegué allí y Hitler me soltó un discurso durante tres cuarto de hora, como si fuera un mitin. ¡Se emborracha con sus propios discursos! Entré en la habitación y allí estaba él, de pie, un hombre viejo, gordo y desecho con las manos llagadas… se las había arañado un poco en el atentado. Y todos los Gauleiter (jefes de distrito) a quienes recibió poco después, para mostrar un valor renovado, todos ellos le dieron la mano con tanto entusiasmo y confianza que las heridas abiertas le empeoraron. Cuando le di la mano, lo hice con mucho cuidado, cais me daba lástima, porque tenían un aspecto horrible.

Thoma:  ¿Se ha puesto gordo?

Choltitz: Sí, está como hinchado.

¿?: Ha engordado siete kilos.

¿?: ¿Dices que parece hinchado y hundido?

Choltitz: Sí. Dijo (imitando a Hitler) «¿Sabe el General de qué va este asunto?» Y Burgdorf ¿? replicó «¡Sí, mi Führer!». Y acto seguido empezó a dar vueltas como un disco de gramófono, como si le hubiera picado una tarántula, ¡y habló durante tres cuartos de hora! Con muchas dificultades conseguí interrumplirlo en tres ocasiones. Hablaba al mismo volumen al que estoy hablando ahora, en una habitación que era, más o menos, igual de grande, sólo que más larga; estaba en su refugio subterráneo, porque en el exterior acababa de sonar la alarma antiaérea. (imitando a Hitler) «Un pueblo que no se rinde no puede ser derrotado, una cosa así no ha ocurrido nunca en la Historia». Después, empezó a hablar del Partido, y de cómo él había luchado durante catorce años. (Con sarcasmo) Dijo algunas cosas que tenía la vaga impresión de haber oído antes. (Risas generales). Volvió a soltar toda esa palabrería, sin sentido  así que tuve que morderme la lengua con fuerza para no explotar. El ojo izquierdo le lagrimeaba un poco, me miraba fijamente con el derecho, con suspicacia, porque a nosotros nos odia como a una plaga. Me di cuenta de eso cuando… Yo estaba al mando de un Korps [cuerpo de ejército] desde diciembre de 1942 y, para controlarme, me enviaron de nuevo a un cursillo para oficiales en Navidad. ¡También tienen que hacer eso, ahora! Al final de ese cursillo, nos metieron a todos en un tren maravilloso y nos enviaron a Posen [Poznan], donde estuvimos cuatro días alojados en un hotel, donde estábamos realmente bien abastecidos —buena comida y buena bebida— y donde se nos permitió escuchar los discursos de gente importante sobre «el hombre más grande de Alemania», durante cuatro días enteros. (Risas generales).

¿?: ¿Estaba también Spang?

Choltitz: Estaba allí, entre otros. Se limitó a aceptar con resignación todas aquellas cosas. Yo estaba  encantado de comprobar que todavía existe gente así, que vive en la luna física y mentalmente. Era como un niño pequeño, y siempre escuchaba con una expresión de completo asombro.

¿?: Aquí lo verás, también.

Choltitz: También fue el único que tomó notas (Diversión general). ¡Tomó notas! También estaba allí un hombre terrible, una desgracia para el ejército alemán, el general Reinecke.

¿?: El hombre perfecto para ese puesto.

Choltitz: (Con disgusto) ¡Un viajante comercial tan corriente, un tipo tan vulgar, tan horrible! Siempre solía subir al estrado «Heil, Hitler». Entonces se hacía un silencio sepulcral en la sala hasta que todo el mundo decía: «Días». Entonces, él decía: «Quisiera decir unas palabras sobre eso… ¡Y a los comandantes en jefe de nuestro Ejército! El que no diga «Heil Hitler» es un intruso». Eso era lo esencial de su discurso. Al día siguiente bajé a desayunar y me quedé allí de pie —no había más que generales sentados a la mesa— y dije «Heil Hitler», por lo que todos empezaron a reírse. Yo dije: «Caballeros, están en el bando equivocado. Y también ese general de allí». Se trataba de Reinecke, que tampoco había dicho «Heil, Hitler». (Risas generales.) Un tipo verdaderamente vulgar, horrible.

Thoma: ¿No fue nadie del Partido, Goebbels, u otros?

Choltitz: Es posible. Lo mejor fue un tipo del Partido, cuyo nombre he olvidado, que venía de la Cancillería del Partido, y que tuvo la desfachatez de ponerse de pie y leer un texto durante tres horas y media, con una voz completamente monótona, sin dejarnos hablar en absoluto. Había un sujeto gordo, con camisa marrón, sentado en una de esas estrechas sillas de teatro, a mi lado, que dijo: «Esto es intolerable, ¿Quién coño es ese tipo?». «Yo que usted no hablaría tan alto —le dije— o le dirán algo.» (Risas). «Y usted, ¿quién es? —le pregunté—.» «Soy el Gauleiter.» «Oh, mierda», dije.

Luego salimos de Posen para ver a Hitler. La comida con Adolf Hitler transcurrió así: obviamente no podían sentar a la misma mesa a doscientos cincuenta generales, por lo que sólo estaba la mitad. Yo me encontraba entre los invitados al almuerzo, y me senté al lado de Schmundt. Adolf Hitler entró en la sala, miró alrededor y le clavó el codo a Manstein en la barriga sin decirle «Buenos días». Los dos Feldmarschälle [mariscales] no se sentaban junto a él. Él se sentó a la mesa y miró a su alrededor con cierto nerviosismo, temiendo que en cualquier momento lo atacaran por la espalda, y sólo pareció feliz cuando ya se había sentado y su camarero SS estaba detrás de él. Yo le observaba de cerca, y el hombre no pronunció una sola palabra en siete minutos: se limitó a beber, y de paso, comió bastante. Tenía tres bebidas diferentes, incluendo té frío y ron (sic). Le dije a mi vecino de sitio «El ambiente aquí es insoportable. Ese tipo llega y no saluda a nadie. ¿Qué le pasa, está de mal humor?». «No lo sé.» Luego habló brevemente antes de saltar de su asiento, diez minutos después, y salir corriendo de la sala escupiendo fuego, asustado y temblando. No dijo una palabra a nadie y ésa era la razón por la que habíamos salido de Posen corriendo. Después llegó el famoso discurso (Risitas). Adolf Hitler se puso de pie frente a la tarima y desarrolló un discurso: deben ustedes recordar que se dirigía a doscientos cincuenta generales que habían sido sacados por aire del frente a toda prisa. Manstein y Hollidt acababan de llegar, habían terminado de comer. Como suele ocurrirles a los hombres de nuestra edad, odos quieren tener un momento de reposo después de la comida. Por desgracia, ese descanso coincidía con el discurso de Hitler. Estábamos en un caserón que consistía en el refectorio de oficiales del cuartel general y el cuarto exterior donde se lavan los platos, y estas estancias estaban sobrecalentadas más allá de toda descripción. Estábamos allí, en medio de ese sofocante calor, y Adolf Hitler hablaba y hablaba; después de unos siete minutos, el cuarenta por ciento de los generales estaba roncando. (Risas generales). Yo pensaba que si el hombre estaba en sus cabales tenía que decir: «Vayamos fuera para hacer unos estiramientos». (Risas de todos). Pero, como de costumbre, cuando se entusiasma, no se da cuenta de nada.

Thoma: Bien, y ¿qué dijo? ¿Lo mismo de siempre?

Choltitz: Excepto en un momento, cuando dijo (imitando a Adolf Hitler): «En principio, la cosa debería ser así: los Feldmarschälle [mariscales] deber proteger mi persona con sus sables. Frente a los Feldmarschälle deben estar los generales [general de ejército], frente a ellos los Divisionäre [generales de división] y, frente a ellos, los Regimentskommandeure [coroneles], con sus Regimenter [regimientos], formando un muro impenetrable». Manstein dijo: «Seguramente ocurrirá así, mi Führer». A lo que Adolf Hitler, lleno de odio, nos miró y dijo: «Feldmarschall Von Manstein, acepto su delaración con satisfacción. Pero, por desgracia, debo decirle que no es así. No tiene más que mirar a Rusia. Es trágico, pero ahí está». realmente, lo ocurrido con Seydlitz, y demás, él…

Neitzel, Sönke (editor): Los Generales de Hitler. Transcripciones de conversaciones secretas: 1942-1945 (Abgehört. Deutsche Generäle in britischer Kriegsgefangenschaft 1942-1945, 2005). Traducción de Cristina Pizarro, Editorial Tempus, Barcelona 2008. pp. 130-134. Notas pg. 474-475.

4 pensamientos en “Choltitz en Posen. Conversaciones indiscretas (5)

  1. Hoy en día aparecen miles de cartas y supuestas frases y conversaciones de Hitler tan auténticas como su Diario, vendido por 10 millones de marcos y cuyo autor acabó preso por fraude. Cada vez que aparece algún documento que pueda llenar el enorme vacío documental que existe en torno a que Hitler ordenara el genocidio muchos historiadores se apresuran a darle el visto bueno y acaban haciendo el ridículo. Estas informaciones carecen de cualquier rigor histórico. Ni que hablar del supuesto Diario de Goebbels, un material que al estar pasado a máquina no existe ni existirá nunca una forma de demostrar que Goebbels lo escribió y, por tanto, a nadie le interesa indagarlo para buscar contradicciones. Cualquiera que haya reunido profuso material sobre el presunto autor podría haber escrito el Diario y debemos creer que fué Goebbels sin pruebas, solo porque nadie ha probado lo contrario. Como he reseñado al principio, estos guiones de película barata carecen de toda seriedad.

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  2. Hacía ya tiempo que no se descolgaba por aquí alguien con un copia&pega de páginas neonazis, aunque por lo menos en otras ocasiones intentan poner el comentario donde tiene algo que ver… La estafa de los diarios de Hitler por el falsificador de arte Konrad Kujau apenas se sostuvo unas semanas en 1983, figura en la Wikipedia y hay hasta una miniserie de la BBC sobre el tema. Los diarios de Goebbels, lo siento mucho, están más que certificados como auténticos. Incluso por David Irving, nada menos que desde 1992. Amplíe su bibliografía, lea las entradas de este blog dedicadas al caso o, si no, por lo menos lea a David Irving…

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    • El fragmento anterior en donde el gral. Von Choltitz habla de sus experiencias con el “führer”, curiosamente coincide con otras conversaciones que éste último sostuvo con otros personajes como Manstein, Halder, Guderian, Zeitzler, Speer y otros de su entorno. A todos los abrumó con su verborrea, los aburrió con sus reproches, los culpó de sus propios errores y los durmió con sus interminables monólogos. El estilo es el hombre, y lo que Von Choltitiz menciona en el anterior artículo coincide casi a la perfección con el “estilo hitleriano”. El fragmento tiene muchos visos de verosimilitud. Y Hitler dio la orden para iniciar el Holocausto, por la simple razón de sólo él podía darla. Nadie más estaba por encima de su autoridad en el imperio nazi y tampoco nadie tenía deseos de pasar a la historia como el más grande genocida de todos los tiempos. Excepto él, Hitler. Felicito a los realizadores de esta magnífica página a la que descubró un poco tarde, pero nunca es demasiado tarde para luchar contra el cancer del negacionismo. Saludos.

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